¿Cómo es que terminé así...?
Me encontraba sentado en la banca favorita de mi parque
favorito, aquel que se encuentra a la espalda de donde vivo. Un aun encendido
cigarrillo era mi único acompañante en aquella fría noche de invierno. ¿Qué
puedo decir? Me gusta disfrutar de un momento de paz a solas en el parque, bajo
los árboles que han presenciado todas mi penas, en cuyo troncos me reclinaba a
pensar sobre la vida y el por qué, en lo que se refiere a temas del corazón, no
suele irme tan bien. No estoy hecho para
una relación, suelo pensar.
Encontrándome completamente perdido en mis pensamientos
un tanto depresivos, una tímida gota de lluvia cayó sobre una de las lunas de
mis lentes resbalando hasta estallar en mi mano.
El frio clima invernal, un cigarrillo y una ligera lluvia
cayendo sobre mí. Este es el clima ideal, mi momento feliz, el pequeño pedazo
de cielo que me ayuda a calmar las penas de tantos dolores y cicatrices del
corazón. La gruesa casaca sobre mí, los pantalones jeans oscuros que suelo
utilizar estos días fríos, son toda la protección que necesito, se me permite
así disfrutar de este momento.
Pero, no estoy completamente libre para disfrutarlo, al
menos no por unos días. Esta nueva libertad, obtenida a través la enorme
crueldad de haber roto un corazón inocente, pesa sobre mí en gran medida. Nunca
quise herirle. No pensé que lo tomaría de esa manera, pero debía ser honesto
desde el inicio. Quizá no era el momento,
aun no estábamos listos, fueron las palabras con las que rompí su tierno
corazón. Pero es así, en asunto del amor, no hay forma de terminar una relación
sin que un corazón termine herido. De todas maneras, el peso de aquella mirada
llena de esperanza, aquellas lágrimas que fluyeron luego de la ruptura, aun los
cargo sobre mí. Es mi pena por haberle causado ese dolor.
El constante ruido de los autos, las pisadas apresuradas
de las personas que huyen de tan relajante lluvia se escucha a la distancia. Ya
es hora de salir de mis pensamientos y retornar a la realidad. El frio esta
finalmente atravesando la protección de mi ropa, ya es momento de retirarme.
Mis pisadas son lentas, no quiero volver rápido a casa. La soledad de mi
habitación no tendrá un efecto agradable en mí. Por hoy, no quiero estar solo.
Y así, me detuve en una pequeña tienda en mi camino. Era
una pastelería nueva, tan nueva que el nombre aun no había sido descubierto de
aquel plástico negro que lo cubría. Por fuera, era una simple tienda sin
grandes detalles excepto un elaborado arco que rodeaba la entrada. De un color
entre blanco y casi rosa, invitaba a la personas a ingresar. Por lo que acepte
la invitación y me adentre en el local. Una cálida brisa me dio la bienvenida.
La calefacción del lugar disipaba todo rastro del frio ambiente que dominaba en
el exterior. El interior de la tienda acentuaba más la idea de calidez. Paredes
un rosa muy suave rodeaban a toda la clientela. Las mesas eran blancas, con
sillas que hacían juego y pequeñas almohadillas con patrones de esferas blancas
y corazones sobre las cuales sentarse. Los aparadores mostraban postres de
distintas formas y colores, con posibles sabores capaces de hacer olvidar toda
pena.
Aun con un poco de húmedo frio en el cuerpo, me dirigí a
la mesa más alejada del lugar. Aquella pequeña mesa con solo dos sillas, ideal
para una pequeña comida romántica compartiendo un pequeño pastelillo, o quizá
conversar mientras se toma un chocolate caliente y se realizan tiernos intentos
de coqueteo. Bueno, yo estaba solo y aquella mesa me recordaba el mal momento
que pasaba. Creo que soy masoquista.
Ya en mi lugar, y habiendo ordenado una taza de chocolate
caliente, desvié la mirada hacia la ventana de la pastelería. Aun hay personas
en la calle, la mayoría con pasos apresurados para escapar de la pesada lluvia
que ya caía. Otros, llevaban paraguas para protegerse. Era claro que los últimos
tuvieron oportunidad de prepararse.
Las gotas de lluvia cayendo sobre el pavimento, las
aceleradas pisadas de la gente, la enorme variedad de colores de la ropa para
el frio y paraguas que transitaban en el exterior fue hipnotizándome más y más,
haciéndome perder la noción de todo a mi alrededor, hasta que un ligero toque
en el hombro me obligo a girar la cabeza a una velocidad tan intensa que sentí
mis ojos casi salir de su lugar. Estuve a punto de exclamar el por qué la
necesidad de asustarme de esa manera, cuando fui interrumpido por una sencilla
pregunta.
–
Disculpa, ¿Podría utilizar esta silla? Mi mesa no tiene ninguna y necesito
sentarme.
No
podría decir que fue lo que más impactó en ese momento. Quizá la forma cordial
de dirigirse a un desconocido, quizá la profunda mirada de sus pequeños ojos,
la tonalidad oscura de estos o aquel cabello entre negro y marrón casi
despeinado. Quizá fue aquel coqueto lunar que adornaba el borde de sus labios,
o lo delgados y suaves que se veían bajo las tenues luces del lugar. Y seguí
admirando cada detalle de aquel tierno rostro hasta que, luego de unos
segundos, me di cuenta que no había respondido.
–
Sí, claro. N-no hay problema
Y
eso fue todo lo que conseguí pronunciar sin morder mi lengua por los nervios.
Luego de tan bochornosa escena, trate de despejar mi
mente, y detener el temblor que se mostraba en mis manos, al perderme en la
caída de la lluvia y los apresurados transeúntes. Pero, había algo extraño
ahora, mi mente ya no podía concentrarse en lo que ocurría al otro lado del
marco de la ventana. Una extraña, y quizá sobrenatural fuerza, me insistía en
girar la cabeza hacia el otro extremo del local, hacia aquella parte donde
habría también una solitaria mesa con una solitaria silla. Tras varios minutos
intentando evitar aquel extraño impulso, finalmente me rendí a mirar en aquella
dirección y fue ahí cuando le vi.
Tenía la mirada fija en un pequeño pero grueso libro,
cuyas hojas se veían a pocos instantes de desprenderse. ¿Tan descuidado puede ser con sus cosas? Nuevamente, no pude evitar
perderme en aquel oscuro cabello, en lo corto y bien peinado que lo tenía, ni
pensar en aquellos ojos negros con tal profundidad que casi me pierdo en ellos
minutos atrás. Sentía envidia de aquel libro. Debería ser yo quien este frente a esos bellos ojos, comencé a
decirme. Pero, esos pensamientos ya se tornaban demasiado extraños para mi
gusto. No era correcto, no sabía ni quién era.
Gire la cabeza nuevamente para poder admirar el paisaje
del exterior y poder perderme en el, un lugar donde si se me permitía
fantasear. No era posible que mi mente deambulara tanto hacia una persona que
había visto por primera vez pocos minutos atrás, no era correcto. Y fue,
finalmente, un zumbido en el bolsillo derecho de mi pantalón que me ayudo a distraerme.
Ya se había hecho tarde, era hora de volver a casa.
Luego de llegado mi pedido, levante la cabeza en
dirección a la ventana para cerciorarme que la lluvia se había detenido. Al
otro lado del vidrio de la ventana, unos tiernos ojos muy oscuross me observaron
mientras se acomodaba la cálida chalina para protegerse del frio. Y fue tras
una rápida y tímida sonrisa, que continuó su camino y se perdió entre la
multitud de la calle.
¿Cómo es que terminé así
por alguien que aun no conozco?