"A penny for my thoughts
Oh no, I'll sell them for a dollar.
They're worth so much more after I'm a goner.."
The
Band Perry - If I die young
La forma como actúan las personas puede ser tan extraña. A veces,
olvidamos que no somos eternos...
Julio siempre fue una persona algo tímida. No solía compartir tiempo
con sus compañeros. “¿Para qué preocuparme por hacer amigos? De todas formas ni
nos veremos acabando esto”, solía pensar. Durante las reuniones, Julio siempre
se sentaba en un extremo observando a la multitud. Prefería mantener la
distancia y observar a las personas. Y mientras veía a la multitud, se perdía
en un sus pensamientos. Si, Julio era una persona a la que le gustaba meditar.
No se trataba de un joven con una capacidad de meditación especial.
Julio dedicaba tiempo a pensar en los motivos de las cosas, los “por que…”, “como…”,
y los “y si..”. Esos pensamientos era su mayor tesoro. Julio sentía orgullo en
poder ser capaz de llegar a los motivos y razones detrás de muchas cosas que
observara.
Julio, también, se sentía solo por la misma razón. Aquella capacidad venia
con el precio de perderse de ser parte del grupo. Por ello, Julio solía
encontrarse con la cabeza reposando sobre una húmeda almohada. Aquella que era
su mejor confidente. Aquella compañera que no traicionaría sus pensamientos y
confianza. Julio sentía miedo. Solo aquella soledad le permitía la protección de
no ser burlado por sus pensamientos. Y es que, además de su deseo de siempre ir
por los motivos y razones de las personas, Julio siempre vivió bajo la sombra
de sentirse parte del mundo de había nacido. Julio tenía una personalidad
depresiva, según la mayoría de los especialistas que lo habían tratado. “Pasara
con el tiempo, cuando crezca”, solían decir. Pero, ya con más de 25 años de existencia,
lo único que había cambiado era el deseo de tener con quien hablar. Tener con
quien compartir sus pensamientos, sus deseos y aspiraciones. El anhelo de ser
parte de un grupo, ser querido, y ser escuchado.
Sin embargo, por más que Julio lo intentara, su peor temor se cumplía
en la mayoría de las veces. Si no eran burlas, se trataban de miradas de
rechazo, o el aislamiento por parte de sus pares. En otros casos, no era capaz
de exponer totalmente sus pensamientos, pues era juzgado con rapidez por lo que
se creía había intentado decir, y terminaba rindiéndose ante los comentarios desatinados
que recibía. Ante esta situación, Julio decidió recibir tratamiento. Luego de
un largo tiempo rechazando la idea, finalmente acepto que lo necesitaba. Y fue
donde una profesional que pudiera atenderlo.
La terapia era de ayuda, si. Pero, había una parte de Julio no se sentía
cómodo. Durante la hora que tomaba la terapia, Julio sentía que pasaba de ser
una persona a solo una enfermedad ante los ojos de quien le atendía. Siempre
finalizaba la sesión caminando hacia una farmacia a comprar pastillas que no sabía
cuando surtirían efecto. Pues, luego de algunos meses, no sentía el cambio que
tanto lo prometían.
Para Julio, si había algo que salvar de todo ello. Por consejo de la
doctora, decidió abrirse más a quienes consideraba amigos. En especial, logro
entablar una buena amistad con uno de ellos. Aquel a quien Julio consideraba el
único que podía escucharle y le entendía. “Eres el único que me soporta”, solía
decirle. Y aun después de aquel comentario, recibía una sonrisa y un abrazo,
que le confirmaban que podía entenderle.
Pasado un corto tiempo, aquella negatividad que vivía con él, aquella
falta de pertenencia que solía sentir, volvió con mucha más fuerza. Y esta vez, no encontraba una salida. Siendo absorbido
cada día por su oscuro mundo de pensamientos negativos, Julio busco la ayuda y oído
dispuesto de quienes consideraba sus amigos. Pero, aquel rechazo y juicio
apresurado que tanto temía había regresado a su vida. Ellos no lo veían. Julio
no era el amigo que tantas veces les aconsejaba y ayudaba. El era solo un
conjunto de problemas ahora, y nadie quería sentirse afectado por ellos.
En su momento de mayor desesperación, Julio fue en búsqueda de aquel
amigo que tanto apoyo le había dando. El sabía que sería escuchado. La ayuda
que tanto necesitaba estaba a solo un mensaje.
Con lágrimas ya brotando de sus ojos, Julio empezó a escribirle. Luego
de un mensaje de saludo habitual, pues Julio no quería soltar sus problemas de
manera tan abrupta, el intento de Julio se vio interrumpido. Su amigo, aquel
confidente, se encontraba acompañado por su pareja en el momento. “No puedo
interrumpirlo. No es justo que eche a perder un momento feliz con mis problemas”,
pensó Julio, y decidió desviar la conversación aparentando que todo estaba
bien.
Julio, hundiéndose en su mundo de tristeza, no deseaba arrastrar a más
personas consigo…
Y es así que, con lo poco que visión que le permitía escribió un pequeño
mensaje en su computadora, una breve carta hacia sus padres y hermanos, amigos
y personas que estimaba donde se disculpaba por no ser fuerte. Finalmente,
Julio se coloco su ropa favorita y salió hacia la calle sin decir palabra alguna.
Julio jamás volvería por sí mismo a esa casa…
Al día siguiente, vestido de traje y bien peinado, Julio finalmente
descansa.
Su vida, quizá no fue tan difícil con la de otras personas. Quizá el no
vivió la lucha de otros por salir adelante ni las penas que otros consideran
mayores que las suyas. Pero, para él, no existió una vida más difícil que la
que le toco vivir. Julio no conoció una realidad donde perteneciera. Y no fue
hasta que Julio conoció el descanso de un sueño eterno, que aquello que lo
conocieron finalmente se interesaron por lo que Julio pensaba. En aquel
momento, todos quisieron escucharlo, pero Julio ya no podía hablarles...
Como Julio, existen muchas personas con problemas que necesitan ser escuchadas.
Quizá un oido atento y solidario es todo lo que se necesita para hacer sentir que la tristeza no es eterna.
Quizá un breve momento de nuestro tiempo haga una verdadera diferencia.