jueves, 8 de enero de 2015

Angel I: E.D.U.


¿Cómo es que terminé así...?

Me encontraba sentado en la banca favorita de mi parque favorito, aquel que se encuentra a la espalda de donde vivo. Un aun encendido cigarrillo era mi único acompañante en aquella fría noche de invierno. ¿Qué puedo decir? Me gusta disfrutar de un momento de paz a solas en el parque, bajo los árboles que han presenciado todas mi penas, en cuyo troncos me reclinaba a pensar sobre la vida y el por qué, en lo que se refiere a temas del corazón, no suele irme tan bien. No estoy hecho para una relación, suelo pensar.
Encontrándome completamente perdido en mis pensamientos un tanto depresivos, una tímida gota de lluvia cayó sobre una de las lunas de mis lentes resbalando hasta estallar en mi mano.

El frio clima invernal, un cigarrillo y una ligera lluvia cayendo sobre mí. Este es el clima ideal, mi momento feliz, el pequeño pedazo de cielo que me ayuda a calmar las penas de tantos dolores y cicatrices del corazón. La gruesa casaca sobre mí, los pantalones jeans oscuros que suelo utilizar estos días fríos, son toda la protección que necesito, se me permite así disfrutar de este momento.

Pero, no estoy completamente libre para disfrutarlo, al menos no por unos días. Esta nueva libertad, obtenida a través la enorme crueldad de haber roto un corazón inocente, pesa sobre mí en gran medida. Nunca quise herirle. No pensé que lo tomaría de esa manera, pero debía ser honesto desde el inicio. Quizá no era el momento, aun no estábamos listos, fueron las palabras con las que rompí su tierno corazón. Pero es así, en asunto del amor, no hay forma de terminar una relación sin que un corazón termine herido. De todas maneras, el peso de aquella mirada llena de esperanza, aquellas lágrimas que fluyeron luego de la ruptura, aun los cargo sobre mí. Es mi pena por haberle causado ese dolor.
El constante ruido de los autos, las pisadas apresuradas de las personas que huyen de tan relajante lluvia se escucha a la distancia. Ya es hora de salir de mis pensamientos y retornar a la realidad. El frio esta finalmente atravesando la protección de mi ropa, ya es momento de retirarme. Mis pisadas son lentas, no quiero volver rápido a casa. La soledad de mi habitación no tendrá un efecto agradable en mí. Por hoy, no quiero estar solo.
Y así, me detuve en una pequeña tienda en mi camino. Era una pastelería nueva, tan nueva que el nombre aun no había sido descubierto de aquel plástico negro que lo cubría. Por fuera, era una simple tienda sin grandes detalles excepto un elaborado arco que rodeaba la entrada. De un color entre blanco y casi rosa, invitaba a la personas a ingresar. Por lo que acepte la invitación y me adentre en el local. Una cálida brisa me dio la bienvenida. La calefacción del lugar disipaba todo rastro del frio ambiente que dominaba en el exterior. El interior de la tienda acentuaba más la idea de calidez. Paredes un rosa muy suave rodeaban a toda la clientela. Las mesas eran blancas, con sillas que hacían juego y pequeñas almohadillas con patrones de esferas blancas y corazones sobre las cuales sentarse. Los aparadores mostraban postres de distintas formas y colores, con posibles sabores capaces de hacer olvidar toda pena.
Aun con un poco de húmedo frio en el cuerpo, me dirigí a la mesa más alejada del lugar. Aquella pequeña mesa con solo dos sillas, ideal para una pequeña comida romántica compartiendo un pequeño pastelillo, o quizá conversar mientras se toma un chocolate caliente y se realizan tiernos intentos de coqueteo. Bueno, yo estaba solo y aquella mesa me recordaba el mal momento que pasaba. Creo que soy masoquista.
Ya en mi lugar, y habiendo ordenado una taza de chocolate caliente, desvié la mirada hacia la ventana de la pastelería. Aun hay personas en la calle, la mayoría con pasos apresurados para escapar de la pesada lluvia que ya caía. Otros, llevaban paraguas para protegerse. Era claro que los últimos tuvieron oportunidad de prepararse.

Las gotas de lluvia cayendo sobre el pavimento, las aceleradas pisadas de la gente, la enorme variedad de colores de la ropa para el frio y paraguas que transitaban en el exterior fue hipnotizándome más y más, haciéndome perder la noción de todo a mi alrededor, hasta que un ligero toque en el hombro me obligo a girar la cabeza a una velocidad tan intensa que sentí mis ojos casi salir de su lugar. Estuve a punto de exclamar el por qué la necesidad de asustarme de esa manera, cuando fui interrumpido por una sencilla pregunta.
– Disculpa, ¿Podría utilizar esta silla? Mi mesa no tiene ninguna y necesito sentarme.
No podría decir que fue lo que más impactó en ese momento. Quizá la forma cordial de dirigirse a un desconocido, quizá la profunda mirada de sus pequeños ojos, la tonalidad oscura de estos o aquel cabello entre negro y marrón casi despeinado. Quizá fue aquel coqueto lunar que adornaba el borde de sus labios, o lo delgados y suaves que se veían bajo las tenues luces del lugar. Y seguí admirando cada detalle de aquel tierno rostro hasta que, luego de unos segundos, me di cuenta que no había respondido.
– Sí, claro. N-no hay problema
Y eso fue todo lo que conseguí pronunciar sin morder mi lengua por los nervios.

Luego de tan bochornosa escena, trate de despejar mi mente, y detener el temblor que se mostraba en mis manos, al perderme en la caída de la lluvia y los apresurados transeúntes. Pero, había algo extraño ahora, mi mente ya no podía concentrarse en lo que ocurría al otro lado del marco de la ventana. Una extraña, y quizá sobrenatural fuerza, me insistía en girar la cabeza hacia el otro extremo del local, hacia aquella parte donde habría también una solitaria mesa con una solitaria silla. Tras varios minutos intentando evitar aquel extraño impulso, finalmente me rendí a mirar en aquella dirección y fue ahí cuando le vi.
Tenía la mirada fija en un pequeño pero grueso libro, cuyas hojas se veían a pocos instantes de desprenderse. ¿Tan descuidado puede ser con sus cosas? Nuevamente, no pude evitar perderme en aquel oscuro cabello, en lo corto y bien peinado que lo tenía, ni pensar en aquellos ojos negros con tal profundidad que casi me pierdo en ellos minutos atrás. Sentía envidia de aquel libro. Debería ser yo quien este frente a esos bellos ojos, comencé a decirme. Pero, esos pensamientos ya se tornaban demasiado extraños para mi gusto. No era correcto, no sabía ni quién era.
Gire la cabeza nuevamente para poder admirar el paisaje del exterior y poder perderme en el, un lugar donde si se me permitía fantasear. No era posible que mi mente deambulara tanto hacia una persona que había visto por primera vez pocos minutos atrás, no era correcto. Y fue, finalmente, un zumbido en el bolsillo derecho de mi pantalón que me ayudo a distraerme. Ya se había hecho tarde, era hora de volver a casa. 
Luego de llegado mi pedido, levante la cabeza en dirección a la ventana para cerciorarme que la lluvia se había detenido. Al otro lado del vidrio de la ventana, unos tiernos ojos muy oscuross me observaron mientras se acomodaba la cálida chalina para protegerse del frio. Y fue tras una rápida y tímida sonrisa, que continuó su camino y se perdió entre la multitud de la calle.

¿Cómo es que terminé así por alguien que aun no conozco?